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domingo, 22 de noviembre de 2009

Objeto y nada

Hablábamos el otro día con un ingeniero, quien se interesó por el tema de la inteligencia, la que consideramos a partir del test de Turing. Tenía este punto de partida particular interés, puesto que permitía hablar de un concepto tan apto para llegar a banalizaciones sin necesidad de realmente partir de él, ni de realmente tomarlo por fundamento. Es que, como decíamos, el test no es los que se llama un test de inteligencia. Primero, porque no todos los seres inteligentes lo pasarían (pues es precisa la facultad discursiva; y si acaso no se concibe una sin la otra -lo cual sin embargo tendría que fundarse primero, y considerábamos ambos que sólo se lo podía hacer axiomáticamente-, de todas formas debe haber cierta comunidad lingüística, y siempre podría darse el caso que algún ser inteligente no pase el test; además de las contingencias de quien lo tenga a su cargo, claro). Dicho brevemente: no son iguales el conjunto de los que pasen el test y el de los seres inteligentes. Al test le basta con la proposición inversa: todos los que pasen el test son inteligentes. Esto ya refleja más fielmente la naturaleza del mismo. Pero no obstante, omite pronunciarse sobre este punto: la inteligencia necesaria en aquel encargado de llevar a cabo el test, puesto que no todos se dejarán engañar por los mismos signos ni convencer con los mismos hechos. A menos que se sustituya el encargado de esta tarea por un médoto universal.

Independientemente de esto, el test permite (o pretende hacerlo) afirmar la existencia de al menos un ser inteligente artifical (en caso de que el test arroje ese resultado) sin tener que primero definir tal concepto. Pero como no podemos sino retomar la charla siendo fieles a nuestro método, absolutamente a priori, no podemos abocarnos a realizar el test, para obtener de él las conlusiones pertinentes, tal como había sugerido el ingeniero. Entonces, comenzamos preguntando ¿tiene sentido hablar de inteligencia?

La primer definición, pronunciada por otro de los interlocutores era la capacidad de razonar, es decir, de obtener inferencias lógicamente correctas. O sea: poder obtener conclusiones verdaderas a partir de premisas que también lo sean, observando sólo la forma, el esquema argumental. Eso tenía como consecuencia que la inteligencia era algo que era propio de una gran cantidad de computadoras, por ejemplo, así como que estaba ausente en un gran número de humanos. Pues la corrección lógica es algo que se puede abordar desde un punto de vista sintáctico (en un lenguaje formal) y el procedimiento conisiste en operaciones muy susceptibles de ser realizadas por una máquina, ya que es así como funcionan. Como la dificulatad estaría, entonces, en la formalización, tal vez podría creerse que la inteligencia tendría allí su reducto: sería la encargada de traducir en un lenguaje lógico lo que se enuncia en un lenguaje natural. Pero, nuevamente, servirse de un término como éste no es en sí un buen punto de partida. Lo que sí, la equivocidad del lenguaje hablado puede ser útil a los fines de diferenciar entre un ser hablante y una máquina.

Otra defnición de inteligencia era más bien biológica y pretendía a la vez que distinguirla de la posesión de la facultad discursiva, generalizarla a infinidad de especies animales: es la que la identifica con la capacidad de resolver un problema nuevo, para el cual no se estaba de antemano con su solución, por ejemplo, una respuesta que no depende de un instinto innato sino que surge de la situación a que responde como novedad. Acá teníamos lo dicho antes: no todo ser inteligente pasaría el test. De todas formas, quedaba en evidencia que la solución era por vía dogmática y el test no implicaba beneficio alguno acá, así que abandomamos esta vía.

Lo que sí extragimos de ahí era el hecho de la interacción inherente a esta última concepción y que falta completamente a toda máquina, por más estrictamente lógica que sea su ¿especulación? y por mejor que emule un uso del lenguaje natural hablado, e includo lapsus, equívocos, etc. La particularidad que notamos era la siguiente: a priori, para la máquina, el objeto no iba a ser sino una palabra más. No iba a ser la unidad de la multiplicidad en el fenómeno, por ejemplo, pues, si uno le agrega a la misma dispositivos para la percepción (por ejemplo una camar -su visión- y un micrófono -su oído-)¿cómo haria algo tan simple como aislar en una imagen un baso, separándolo de la mesa sobre la que estaba, las sillas que rodeaban a ésta, el agua que contenía, el aire en torno a él? Además ¿porqué considerar esa forma, que para ningún intelocutor dejaba de ser unidad, como tal y no cómo, por ejemplo, cuadruple, doble, etc? Y esto, en cada uno de los perfiles del vaso. Pero además ¿qué concepto podría tener de lo que fuera objeto, es decir, de aquello que no es en él -en ella, la máquina-, sino que está afuera,en el espacio? Y cómo infundir en la maquina un concepto del objeto que no remita sólo a otros términos sino, además, que empalme, si no con lo real, al menos con su mundo circundante.

Esto nos retrotrajo hacia la cuestión del orígen de tal categoría. Evidentemente, su procedencia no puede ser, se conluyó, sino la falta inherente a todo sujeto que sea en sí dependiente. Es su propia falta la condición del objeto, que por faltar en su ser puede suponerse (al menos) como existente en otra parte, es decir fuera.

Parece oportuno, en este lugar, intercalar la tabla de la división del concepto de nada, intercalado a su vez por Kant bien al final de su analítica trascendental:

Nada, como
1. Concepto vacío sin objeto, ens rationis
2. Objeto vacío de un concepto, nihil privativum
3. Intuición vacía sin objeto, ens imaginarum
4. Objeto vacío sin concepto, nihil negativum

Ahora bien ¿es la categoría de objeto aquella de la que está privada la máquina para poder pensar el concepto de nada o, al contrario, es el estar privada de dicho concepto por lo que no cuenta con la categoría de objeto? ¿Y se dá cuenta ella de esto? ¿Podría preguntársele directamente?

Así, la falta de la falta en el seno de la máquina es lo que impide su articulación del objeto y el lenguaje; aunque esté dotado por sistemas de percepción, e incluso motores. Sin embargo, la dependencia es algo manifiesto en su constitución. No sólo por la energía, evidentemente externa a ella; también por su falta de espontaneidad (y la falta de estímulos interno, como diría Freud, de un resorte pulsional). Ahora, la pregunta ¿qué hará falta para despertar a la maquina, incluso al robot, de su sueño idealista?

1 comentario:

  1. el juego de palabras de Karl Kraus era "Die Untergangsters des Abendlandes", los subgansgsters de occidente, en lugar de la decadencia o sepultamiento o caída, et caetedra-

    una manzana envenenada en la cárcel por el delito que no osa decir su nombre...¡le test puede vivir pero Cordelia está muerta!

    excelente blog y apasionantes disquisiciones, tengo que restringirlas ahora porque tengo internet por teléfono y el pulso está caro (cuando el pulso devenga pulsión, la máquina despertará...)

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