lunes, 23 de mayo de 2011

Función del objeto, el fetiche y la ambivalencia

Dice Levy-Bruhl que, el primitivo:

(31) «Intenta ante todo desgajar, en los objetos que atraen o retienen su atención, la presencia, el grado de intensidad y, por mucho que esto nos parezca extraño a nosotros, las disposiciones benévolas u hostiles de esta esencia, o fuerza, o mana, o imunu, o de cualquier nombre que queramos darle. Es preciso prevenirse contra los peligros de que se siente amenazado cada momento, y este temor regula su actitud con relación a los seres y a los objetos.»


(32) «Para él los caracteres objetivos que permiten distinguir los seres, incluso los que son muy vecinos entre sí, no poseen demasiada importancia, a menos que tengan una significación mística. Se sirve del conocimiento, a menudo preciso que tiene de ellos. El papel que desempeña en su actividad es de hecho subalterno. Pues el éxito o el fracaso en la caza, en la pesca, en el cultivo de las plantas y, en general, en todas las iniciativas en que se enrola el primitivo depende antes que nada de la fuerza o de las fuerzas misteriosas, invisibles, extendidas por todas partes. A ellas conviene, por tanto, aplacar, o bien herir o tornar favores.»
Caza, pesca, cultivo se engloban más brevemente bajo el término economía cuyo carácter primario no debe tomarse como la delimitación de algún sector dentro de la sociedad sino como determinado por el grado de desarrollo alcanzado por el conjunto de la misma. «Todas las iniciativas en las que se enrola el primitivo» debe entenderse sí en un sentido más restrictivo, especificado en el párrafo en cuestión, que es el que atañe a aquella ‘relación’ de la que tanto a Hume como a Kant parece sobreimpresa en el fenómeno, pero que en el caso de este último en cuanto señorío de la razón sobre su campo(1), mientras que en el de aquél, arguyendo la dependencia de ésta relativa al habitus(2).

Así, la iniciativa está sujeta, quiero decir determinada si bien no en cuanto a su origen sino en a su curso y desenlace, a aquellas fuerzas misteriosas e invisibles. Esta descripción apunta tal vez a poner en primer plano la relación de las fuerzas con el resultado y la capacidad de este de determinar una afección en aquellas, contraponiéndose a otras donde parecería primar otro ordenamiento, en el que el resultado pareciera ser anterior (estar ‘más acá’) que la preocupación por las fuerzas. En lugar de buscar la benevolencia de las fuerzas antes de los resultados; dados estos, peden atribuírseles a las mismas en función del carácter de éste. E incluso, diría, dado el resultado y, ante todo –e incluso tal vez prescindiendo de él-, dado el carácter de la sede de la fuerza, se los relaciona especificando la naturaleza benevolente u hostil. Podrían contraponerse así estos dos distintos ordenamientos, uno donde parece que lo primero es la máxima, su representación mental, o la necesidad de (la realidad de) algún objeto: debe cazarse algún animal. Luego acaece el ritual, que en virtud de la creencia en las fuerzas invisibles tras ciertos otros objetos, se les pide a ellos, por así decir, se depende de los mismos quienes proveerán la suerte. Por último está el resultado, la suerte, buena o mala, que satisfará o no la necesidad y cualificará las fuerzas de benévolas u hostiles. En el otro caso muy por el contrario: lo primero es la dependencia, en virtud de la cual se le pide al objeto (fetiche) y tras él a la fuerza que se le supone detrás. Luego está el resultado (cosecha, por ejemplo) que cualifica la fuerza (o a lo sumo la disposición de su sede relativa a su tributario). Pero la diferencia no estriba en el orden sino en otro lugar. El aspecto inicial de la misma indica a ésta como la forma en que es representado el fetiche y, más en particular, aquel atributo suyo correlato de la ambivalencia del que depende de él. Si no queremos descartar un criterio basado en el ordine podemos apuntar: en uno, la ambivalencia es primaria respecto al efecto que podrá ser recurrido con el fin –posible o no- de anularla; en otro el efecto ya no parece capaz de tal determinación en lo absoluto –no ya en sí como antes sino para quien pende de él-, dejando la ambivalencia en un plano para el cual no se trata ya de su anulación por el efecto, debiéndose por tanto –en caso de que se pretenda ésta- buscársela en otro sitio.

En la contemporaneidad la concepción de los más parece ser que la benevolencia o malevolencia cualifica a la sede de la fuerza y que lo que en todo caso presente indeterminación no es su disposición sino más bien los méritos del subordinado. Como escribió Freud, el fracaso en el moderno incide fomentando su culpabilidad mientras que el primitivo no vacila en culpar a su fetiche.Pero además debe concebirse de otro modo la función del efecto, que no puede hacer las veces de causa de una cualidad en lo suprasensible sino que ésta estará en el principio de la determinación de la praxis y del resultado suyo, lo que conduce a la cuestión del intérprete del mismo ya que la función se ve modificada: ya no será función (ambivalente) del objeto ‘x’ donde el efecto (f(x)) permitirá su cálculo; el efecto pasa al lugar del objeto (‘x’) siendo la imagen f de x la nueva sede de la ambivalencia quedando la función a cargo de un intérprete señalado por el objeto. Así se comprende fácilmente por qué el producto (también caza o recolección) antes que definir la ambivalencia será ahora secundario a la función de interpretación. No se trata sin embargo de postular que entre los primitivos no haya intérpretes, al contrario. Tal vez la característica diferencial podría buscarse en la relación entre el fetiche y la interpretación; la encarnación del fetiche en un ente con facultad discursiva hace que exista la posibilidad de que un fetiche interprete. Para simplificar esto representémoslo así:

I ___ Ambivalencia (objeto) = efecto

II ________Objeto (efecto) = ambivalencia,

donde f es el dato desconocido.

______

Notas:

1. Véase si no la segunda de las analogías de la percepción en el capítulo del sistema de los principios del entendimiento puro del libro segundo presente en la división primera de la segunda parte de la doctrina elemental trascendental de la razón pura especulativa.

2. Cf. la primera parte de la sección quinta de su Investigación sobre el conocimiento humano.

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