La
formulación del célebre cogito, de parte de Descartes, se encuentra en más de un lugar de sus escritos, por ejemplo en el Discurso del método, o en las Meditaciones
metafísicas. El primero apareció antes que las segunda,
acompañado de la Dióptrica, los Meteoros y la
Geometría y, según Mauro Armiño, lo hicieron inicialmente en forma
anónima.
Según
relata Descartes, habiéndose propuesto someter a su propio juicio
todos los conocimientos que le fueron enseñados, revisando cada una
de las cuestiones que se le presentaban al estudio en virtud de una
método compuesto de cuatro principios (la equivalencia entre verdad
y evidencia, el análisis de las dificultades, el ordenamiento de los
conocimientos de los sencillos a los compuestos, la enumeración
completa) y habiendo optado por −mientras suspendía su juicio en
cuanto a lo especulativo− seguir en lo práctico con ciertas
máximas que no reflejaran las incertidumbres del espíritu; dedicaba
de tanto en tanto algunas horas a vencer las dificultades que le
ofrecía la matemática y de ahí fue que surgieron las obras que
acompañaron la primera edición del Discurso.
Si
bien eran éstas, las ciencias matemáticas, las que más de su
agrado resultaban, su búsqueda apuntaba a algún principio primero
para la filosofía. Veamos como lo formula:
“Pero en seguida noté que si yo pensaba que todo era falso, yo, que pensaba, debía ser alguna cosa, debía tener alguna realidad; y viendo que esta verdad pienso, luego existo era tan firme y tan segura que nadie podía quebrantar su evidencia, la recibí sin escrúpulo alguno como el primer principio de la filosofía que buscaba” (Discurso del método, cuarta parte).
Algunos
años más tarde, escribe:
“¿Qué hay, pues, digno de ser considerado verdadero? Tal vez una sola cosa: que nada hay cierto en el mundo.”
“¿No me he persuadido también de que yo mismo no existía? Sin duda yo era, puesto que me he persuadido o pensado algo. Pero hay un no sé qué muy poderoso y astuto que emplea toda su industria en engañarme siempre. No hay duda de que soy, si él me engaña; y me engañe todo lo que quiera, no podrá hacer que yo no sea en tanto piense ser alguna cosa. De suerte, que después de pensar mucho y examinar mucho todas las cosas, es preciso concluir que esta proposición: yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera siempre que la pronuncio o concibo en mi espíritu” (Meditaciones metafísicas, meditación segunda).
Una
lectura posible es considerar esto como una demostración. Ya sabemos
que a Descartes le parece evidente, él mismo se persuadió de ello.
Una
cuestión a determinar en ese caso es el valor que se le otorga a
“pienso” ¿es un hecho primario, un punto de partida absoluto, o
es secundario?
Veamos,
una cosa es decir que cogito es un dato que tomamos como
probado de alguna experiencia y que, partiendo de él, inferimos
que la cogitatio implica el sum dado que, según otra
premisa razonable, no hay cogitatio sin res cogitans,
la cual en este caso no puede ser de alguien más que de mí.
Dicho de otro modo, tomamos como probado que si hay pensamiento
alguno debe haber aquel que piense, y que hay pensamiento; luego en
virtud de un modus ponens podemos decir con certeza que hay
alguien que piensa.
Pero
no parece que sea eso exactamente lo que dice Descartes. Él cree
probar también que hay el pensamiento cierto, no sólo que
hay alguien que piensa, y como resultado de un proceso lógico. Al
menos esta alternativa parece más acorde a la manera en que se
expresa el problema en el discurso del método. Y también en
Investigación de la verdad por al luz natural que, sin el auxilio
de la religión ni de la filosofía, es capaz de determinar lo que el
hombre debe pensar en todos los casos que puedan presentársele en la
vida, y penetrar en los secretos de las ciencias más curiosas.
En
ese diálogo, Eudoxio dice cosas como:
“Cierto es que podéis dudar con razón de todas las cosas no os viene más que por medio de los sentidos; pero ¿podéis dudar de vuestra duda, estáis cierto de si dudáis o no?”
“De esta duda universal, como de un punto fijo e inmóvil, quiero que derivéis el conocimiento de Dios, de vos mismo, y el de todas las cosas que existen en la naturaleza”.
Nos
limitaremos por lo pronto a conocimiento “de vos mismo”. Es
extraño el número de veces que en los escritos de filosofía
moderna se encuentran usos de la palabra Dios, pero ello no nos va a
ocupar aquí. Ni tampoco las cosas “que existen en la naturaleza”.
¿Qué
es ese sí mismo? Obviamente, no es cualquier idea que cualquiera
tenga de sí, ni el concepto aristotélico de hombre, ni la noción
biológica, etc. Diremos que es simplemente la certeza. La res
cogitans es la certeza. La certeza es la res cogians. Son
lo mismo. No sabría decir si alguien ya ha propuesto esta
interpretación, pues no lo he escuchado así formulado.
Probablemente lo que dijo Lacan se asemeje, pero no es exactamente
esto.
Así,
el célebre “cogito cartesiano” es una fundamentación de
la certeza. Perelman ha dicho que Descartes (y tras él toda la
ciencia) fue quien de algún modo sepultó lo verosímil,
desterrándolo de la especulación, para la que quiso el modelo
deductivo.
Hagamos
algunos comentarios sobre la “argumentación” que parece
involucrar el cogito.
Descartes
parece partir de una disyunción: hay certeza o se puede dudar de
todo.
Esto
es verosímil (si bien, dije, quita lugar a lo verosímil), pues si
hay certeza se cumple la disyunción y si se puede dudar de todo
también. Supongamos (para una reductio) que: ni hay certeza
ni se puede dudar de todo. Como no se puede dudar de todo debe haber
algo, p, respecto de lo que no se pueda dudar. Pero si no puede
dudarse de p, si es indudable, entonces hay una certeza cabal
respecto de p. Así, nuestro supuesto es absurdo, y por ende demostramos
la disyunción.
Como
lo que se tiene que probar es que hay certeza (es nuestra
hipótesis-interpretación), supongamos que se puede dudar de todo.
Luego, si se puede dudar de todo entonces dudo de todo. Esto es, o parece, una
tautología. Quizá llame la atención cómo se inmiscuye el ego
del antecedente al consecuente. No importa: la certeza es algo que le
ocurre a un sujeto, y la duda también, de modo que pueden pasar por
equivalentes el 'hay duda' (o certeza) o 'alguien duda' (o alguien
tiene una certeza), e incluso identificarse con ese alguien es
factible si asumimos que se trata de una 'experiencia' que puede
hacer cualquiera.
Ahora
bien ¿podemos dudar de esto? Es esta la pregunta que
citamos arriba: ¿podéis dudar de vuestra duda? Descartes
quiere probar que no se puede dudar de la duda. Supongamos que sí,
que se puede. Luego, en lugar de no dudar, dudo (respecto de si
dudo), puesto que, según nuestro supuesto es cierto que dudo de todo. Pero así llego a que sé que dudo, por lo tanto pretender
dudar de que dudo es absurdo. Por ende: no dudo, sé, QED.
En
resumen:
1.
ni sé algo ni dudo de todo (sup)
2.
dudo de algo (1)
3.
sé algo (2)
4.
⊥ (1 y 3)
5.
no es el caso que ni sé algo ni que dudo de todo (I¬ 1−4)
6.
sé algo o dudo de todo (De Morgan, 5)
7.
dudo de todo (sup)
8.
dudo si dudo de todo (7)
9.
⊥ (7, 8)
10.
no dudo de todo (I¬ 7−11)
11.
sé algo (regla de separación)
He
aquí cómo se puede identificar el saber y el sujeto (res
cogitans). Seguramente suscite dudas (y por ello el título del
post) el paso de 7 a 8. Probablemente el lector recordará la
advertencia de Russell respecto de las totalidades cuya definición
era un miembro suyo, y las restricciones de la teoría de los tipos,
donde “dudo de todo” sólo se referiría a juicios de un tipo
inferior y no podría hacerlo a sí. Entonces ¿sería demostrable el
cogito en tales condiciones si lo interpretamos como una
identificación del sujeto con el saber? ¿Será un campo propicio
par el escepticismo?
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