sábado, 14 de noviembre de 2009

Del tercer páralogismo de la razón

Dice Kant que a la razón pura especulativa no le es dado el poder afirmar ninguna sustancialidad -en tanto conocimiento suyo-, de la cosa pensante tomada como sujeto, pero que la razón es conducida al error una y otra vez en este punto (y en otros), y según él, en virtud de lo que llama la apariencia ilusoria trascendental, dando lugar así a uno de los paralogismos de la razón pura. Otro de ellos es el que le atribuye, además, permanencia (identidad numérica). En la sección que no figura en la segunda edición de la Crítica, opone la unidad numérica que podría postular a priori respecto de sí mismo alguien, y la situación en la cual, considerado desde el punto de vista del otro la misma no podría llegar a afirmarse.

¿Qué objeto tiene recordar esto? En realidad, prácticamente el asunto de la sustancialidad, la simplicidad, etc., de la res cogitans ha quedado en desuso como tema. Pero quizá podría exceptuarse de esta lista justamente la permanencia, inferida de este tercer paralogismo, de la cual se sostiene la ilusoria noción de «personalidad».

Ahora bien, dicha noción hoy en día suele comprenderse como si se tratara de los atributos. De este modo, en lugar de ser concebida la personalidad como la permanencia de la sustania simple del ego cogito (y no un atributo), lo es como la serie de los atributos que afectan una determinada sustancia, que sería la persona o lo que fuera (a menos que se la conciba como atributos que existen por sí). Estos atributos serían los que se infieren a partir de algunos fenómenos en el espacio, como podría ser un dibujo, o un test de cualquier tipo.

Pero como la razón infiere dicha unidad numérica sólo en tanto síntesis de la multiplicidad de determinaciones que provistas por su sentido interno puede referir a sí, no siendo procedente inferir algo análogo respecto de un otro. Sin embargo, la situación en la cual se suele hablar de una personalidad determinada está compuesta en general de al menos dos, siendo aquel que realiza el juicio otro respecto a quien le cabe referir a sí el ente del que en tal caso se trata. ¿Pero en qué se sostienen los atributos?

Es evidente que el procedimiento no es el de considerar lo permanente del fenómeno que se presenta en el espacio (aquí serían los dibujos, etc); puesto que así, en tanto objeto en el espacio y en el tiempo, como objeto físico, más pertinente sería recurrir a la ciencia física más que a otra. En cambio, los fenómenos en cuestión sí son referidos a un sustrato que hace de sujeto, pero él no es lo permanente del fenómeno, sino que se le sustrae precsamente a él, es decir, no es en sí fenómeno. No es, tampoco que sea noúmeno. Lo que sí, en cambio, parece que se haya en el fundamento de ese sustrato es la unidad de la unidad lógica del pensar en general, pero del ente donde tiene lugar el juicio, es decir, no el evaluado, sino el evaluador. Entonces, lo que esto pone de manifiesto, es que su praxis consiste en la proyección de los atributos junto con el sustrato que es a priori postulado para ellos, y obtenido en su propia apercepción. Dicho de otro modo: la personalidad en cuestión en tanto atributo del evaluado tiene su fuente en la mera forma lógica del pensar del evaluador, y por ende se necesita de una proyección por parte de éste (entendida freudianamente, claro) que vehículice su atribución a través de los signos sensibles que encuenta en sus dibujos.

Así, por tomar nada más unos ejemplos:
"la preferencia por trazos circulares indicarían cambios del humor"; "la dirección arriba-abajo: introversión, ansiedad"; "derecha-izquierda: tendencia al mando, conducción", etc. Se ve claramente que la personalidad en todos estos casos se compone de atributos. Y, en general, los atribuyos se agrupan de a pares constituyendo uno el opuesto del otro: decisión-indecisión; expansión-restricción; introversión-extraversión; dominación-dependencia; etc.

Además, si bien los pares no son entre sí todos idénticos, pueden agruparse segun dos polos generales, ejemplo: decisión, expansión, dominación, etc., constituiría un polo. El otro sería: indecisión, restricción, dependencia, etc.

Este hecho no es casual, pues permite cierta «flexibildad» en el uso mentado de la proyección por parte del evaluador. Por ejemplo, para argüir las atribuciones vale tanto la recurrencia como la convergencia. En un caso, dos indicadores que apunten en un mismo sentido para su interpretación (es decir dos fenómenos ligados a alguno de los atributos de la lista referida) sostendrían una atribución. Sin embargo (esto es útil en casos de inconsistencia) de dos indicadores contrarios (es decir, ligados en la teoría a atributos que no se distribuyen en el mismo polo sino uno en cada uno) pude inferirse lo mismo. Esto imlica cierta comodidad ya que estando todos los atributos de la personalidad distribuidos según un mismo eje en dos polos, la existencia de dos indicadores de sentido contrario permitirían inferir cualquier cosa (una suerte de ex falso sequitur quodlibet), con lo que no sería necesario par ala proyección que deb «apuntalarse», como sí lo es, por ejemplo, para la que ocurre en el juego infantil.

Existe un artículo de Freud (Das Unbewusste), donde se refiere a esta proyección: «Sin una reflexión especial atribuímos a todos quienes están fuera nuestra misma constitución», sólo que niega, por su parte, que ninguna certeza inmediata pueda acompañar esta atribución. En cambio, en cuanto a su método, su dirección es inversa a la que es objeto del post ya que, en lugar de partir de una supuesta substancialidad y permanencia a la propia forma lógica del pensamiento para luego atribuírsela a otro (y con ella, toda una serie d atributos), parte de lo incierto que es manifiestamente dicho atribuir, para «volverlo hacia la persona propia». Y «así como Kant nos alertó par que no juzgásemos a la percepción como idéntica a lo percibido incgnoscible, descuidadndo el condicionamiento subjetivo de ella, así el psicoanálisis nos advierte que no hemos de sustituir el proceso psíquico inconsciente, que es el objeto de la consciencia, por la percepción que esta hace de él» (ibíd).


Volviendo a las tecnicas, estrictamente hablando, proyectivas, existe otra característica que llama la atención de esta teroría (nos referimos a la que figura en el libro publicado con el título de Diagnóstivo de la personalidad. Desarrollos actuales y estrategias combinadas) aparte de la función meniconada de la proyección. Según se postula, la personalidad (esta suerte de atributos sin sujeto) estaría sujeta, eso sí, a un desarrollo evolutivo cuya culminación se denomina, en general, madurez; y que se concibe en general como un justo medio de la serie dicotómica mencionada.

En uno de los test, por ejemplo, se dan a ver unas imágenes para alguien que deberá, luego, producir una historia, y el relato resultante será aquello que se use para inferir el nivel de evolución de la personalidad de él. En concreto, se supone que si en la historia narrada aquí algo no se produce, entonces se trata de un problema evolutivo en el desarrollo de la capacidad que, dicho brevemente, se encargaría de que eso estuviera ahí. Esto, aparte de suponer no un ideal sino una serie de ideales ordenados serialmente que se pretenden se correspondan e nfunción de la fecha de nacimiento; tabmién involucra el supuesto de la identificación de la producción y el discernimiento como si fueran la misma operación. Es decir, como si escuchara unas palabras realizara la misma operación o actividad que quien las profiera ya que debe discernir los elementos distintivos en él. Es claro, no obstante, que escuchar y hablar no son lo mismo. La diferencia se hace más notoria si, en vez de pensar en el nivel de los fonemas se lo hace en el de enunciados o más aún de los discursos.

No hay comentarios: