¿Puede de alguien predicarse que le “guste” algún objeto sin que eso implique deseo relativo a existencia o posesión? o, en otros términos: Fórmula que, por su puesto, mantiene en la opacidad le vínculo que liga los predicados 'G' y 'D'.
Es este, casualmente, un punto de partida análogo al de la estética kantiana en lo concerniente a su juicio. Pero, sea o no afirmativa la respuesta, podríamos preguntar ¿en qué se basa el ‘efecto embriagador’ de la belleza (si es que lo hay)? Pues ¿no es acaso un contrasentido afirmar una satisfacción cuyo origen, o a lo sumo condición, sea si no una privación, cuando menos una renuncia, y en particular de esa misma satisfacción?
Si la belleza produce contento fundado en las inhibiciones de aquellas mismas pulsiones que vendría a satisfacer de no hallarse su meta avasallada ¿no se trata de algo ciertamente paradójico? Si una actriz, pongamos por caso, cuya técnica le impone el designio de recrear en su vivencia aquella sensación que debe representar, lleva a cabo la consigna de figurar la culminación de un acto sexual ¿en base a qué produce ese afecto, si no es más que una actuación frente a alguien que, podría decirse, se encuentra allí por mero accidente?
Figura en La República de Platón el enunciado según el cual el acto justo ha de ubicarse en un plano superior, ideal, al de la representación escénica de él, copia suya ¿debemos acaso por nuestra parte aplicar una relación semejante para el caso que nos ocupa? Pero resulta patente que tratándose del acto al que nos referíamos, la diferencia entre planos resulta más difícil de discernir.
¿Cómo lograría, quien acepta tal encargo, bajo la citada condición, frente a quien considera tal vez afectado –o que debiera actuar como sí así fuese- por el atributo ese que para Kant sería el correlato de una satisfacción desinteresada, salir airosa ante las objeciones que pudieran provenir de quien fuera, en caso de tenerlo, su objeto ya no accidental sino elegido, recíproco quizá, en caso de presenciar él la dramatización?
Es esta última una pregunta sensiblemente diversa, pero no por ello debiera a priori creerse que sea cabalmente independiente de la otra. ¿Qué hace, al menos en un caso así, de la ‘copia’ algo en esencia diferente al ‘originial’ -que no es ese carácter escénico (cuya ausencia en él no debiera considerarse esencial)-, sino su localización, apta para convocar la atención del sentido externo del espectador, si no es que son más de uno, que en tal caso se situaría o situarían por fuera de la escena?
De todas formas, la cuestión no era tal pretendida diferencia como la aparente paradoja de la fruición que brota de un objeto en tanto lo que se satisface en él solo puede hacerlo en esa forma en cuanto mudó su meta, la cual ha por tanto devenido inhibida, lo que implica su sacrificio. ¿O debemos pensar en una suerte de recreación de un estado primordial centrado en un objeto de aversión?
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