Tal
vez efecto de la estructura gramatical de las lenguas habladas, ese
principio de conexión entre lo que respectivamente puede designarse
como aquello de que se esté hablando y lo que de eso de diga, no
proviene de la formalización de la lógica moderna cuyos lenguajes
poseen letras tanto para individuos como para predicados. Mucho antes
se hablaba de ello (si bien es esperable que para cada época el modo
de hacerlo fuera peculiar a ella).
Así,
por ejemplo, según Octavio Hamelin en El sistema de Aristóteles:
“En cuanto a la física, si es seguro que se dirige y versa sobre lo real, y ello en un sentido muy preciso de la palabra real, ya que a diferencia de las matemáticas se ocupa de seres concretos y no de abstracciones, ella no especula sin embargo sobre lo que tiene de más central y fundamental la realidad. Estudia los accidentes de las substancias sensibles...” (p.465)
No
dirigiremos ahora tanto nuestra atención sobre lo que se afirma en
esta frase respecto de la física, que podría sonar extraño para la
mayoría de los lectores, sin lugar a dudas, ya que por lo menos en
prestigio, ella no subordina más a ninguna «filosofía
primera». Pero sí sobre esa
diferencia entre lo que se llama allí sustancia y lo que recibe el
nombre de accidente. Hace alguno siglos, Leibniz respecto de este
tema, escribía:
“la naturaleza de una sustancia individual o de un ente completo es tener una noción tan cumplida que sea suficiente para comprender y hacer deducir de ella todos los predicados del sujeto a quien esta noción se atribuye. Por el contrario, el accidente es un ser cuya noción no encierra todo lo que puede atribuirse al sujeto a quien se atribuye esta noción.”¹
Aquí
puede notarse cómo la lógica subrepticiamente se inmiscuye, podría
decirse, en esta cuestión. La naturaleza de una sustancia, si
creemos al filósofo en esto, permite hacer deducir todo predicado
suyo, pero de éste no de deriva aquella. Más adelante dice algo
más, relacionado con el tema de la individualización:
“Puede incluso demostrarse que la noción de la magnitud, de la figura y del movimiento no es tan distinta como se cree y que encierra algo de imaginario y de relativo a nuestras percepciones como ocurre también (aunque en mayor escala), con el calor, el color y otras cualidades semejantes, de las que cabe poner en duda si realmente se encuentran en la naturaleza fuera de nosotros. Por eso semejantes clases de cualidades no podrían constituir ninguna sustancia. Y si no hay ningún otro principio de identidad en los cuerpos, aparte de éste que acabamos de decir, nunca un cuerpo subsistirá más de un momento”².
Vemos
el viejo tema que ocupó no sólo a los filósofos desde Heráclito a
Quine sino incluso a lingüistas como Saussure, quien en su Curso
General se preguntó por el fundamento del decir que haya una
misma calle luego de haber sido demolida y vuelto a construir.
Evidentemente,
si reparamos en la facultad de nombrar inherente a ciertos elementos
del lenguaje³, no hace falta −como le parecía a nuestros
antepasados− recurrir a una metafísica. Y así, nuestra época se
encuentra mucho más alivianada. El problema entonces es ¿pero es la
misma palabra? Y tal vez sea éste el que heredamos del siglo XX.
Ya
explicamos por qué puede decirse que según parece las relaciones de
preeminencia se han invertido entre la sustancia y el accidente, el
sujeto y el predicado, el argumento y la función. Y quizá tanto
como las que hay entre la física y la metafísica.
Resultado
de ello es que ni la «forma sustancial»,
ni la esencia son
términos con lo que nos complazcamos habitualmente en su uso. ¿¡Por
qué algún predicado tendría que parecernos más fundamental que
otros!? Pero según es evidente, que no valga ningún fundamento
metafísico para ello (en caso de que así sea) no implica
(no lógicamente al menos) que de hecho no se proceda como si así no
fuese.
Hoy
en día parece que antes que cuál sería la propiedad más
importante o fundamental de una cosa (aquella sin la cual ésta no
pueda pensarse) importa más lo que se correlacione. Si dos cosas
marchan juntas hay un nexo, se piensa, y eso es lo que importa. Esto
sólo puede deberse a un motivo: se ha separado la lógica de la
noción de sustancia. Si en el pasado se requería (al menos en el
discurso) que hubiera una relación lógica, deductiva, del accidente
respecto de su sujeto, eso ha venido a ser sustituido por este otro
vínculo, mucho menos estrecho: se ha promovido la inducción.
Quizá
esto conduzca a que la estadística tenga a su cargo la
administración de ese nexo que otrora era jurisdicción de los
filósofos y que establece a qué cosas valdría la pena referir los
argumentos de las funciones proposicionales, por ejemplo. Pero el
fundamento de ello es cierto límite de la deducción en cuanto a su
uso a posteriori.
Veamos un ejemplo. Se dice: “el agua es insípida”. ¿Es una
esencia? ¿Un predicado más? ¿Un elemento inalienable suyo?
Consideremoslo así ∀x(Ax → Ix), “siempre es el caso
que si algo −cualwuier cosa− es agua, entonces es insípida”.
Pero ¿qué significa esa variable aparente, ligada por el
cuantificador?
A
diferencia de Φx, aquélla fórmula es una proposición. Russell
propuso el nombre de función proposicional a
la que carece de la A invertida por el siguiente motivo: no afirma
una proposición sino que son proposiciones cada uno de los valores
que arroja para cada argumento en el lugar de la variable x. El
cuantificador universal, así, significa que sí hay una proposición,
y ella afirma Φx de todos y cada uno de los integrantes del dominio.
Dicho de otra forma, si hubiera en nuestro lenguaje nombres
suficientes, es un conjunción:
∀xΦx
eq “Φc₁ ∧ Φc₂b ∧ Φc₃ ...” para toda constante c
del lenguaje.
Donde
las letras no son variables sino los nombres de las cosas, no sólo
del agua. Pero ¿qué son las cosas? Sabemos que hay un número
letras, que en nuestro lenguaje cada una se distingue del resto, etc.
¿Pero el referente? ¿Incluye él algún número de elementos, cada
uno dferente de los demás, etc.?
Alguno
dirá “Ax es verdadera del conjunto de todo lo que es agua”, lo
cual parece una solución muy simple. Pero ocurre el siguiente
problema ¿hay algún conjunto insípido? Evidentemente, no es del
conjunto de lo que se
predica A⁴. ¿Deberemos decir en consecuencia que se lo hace de sus
partes? ¿Y cuales son
estas? Por mas que hubiera nombres suficientes −y los hay− para
cada vaso de agua obtenido del océano, incluso de los ríos y las
lluvias, tendríamos que cada uno de ellos es un subconjunto del
agua. Es claro que esto parece conducir a la antinomia de la razónpura.
______________
1.
Leibniz, Discurso de metafísica
2.
Ibíd.
3.
Los nombres, precisamente.
4.
Y ni hablar del hecho de que de las partes del océano difícilmente
alguna se encuentre que sea insípida, por ejemplo.
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